martes, 26 de junio de 2012

Nuevo blog

Poco a poco se está gestando un nuevo blog. El mismo lo llevo adelante con Omar Álvarez. Él es un aficionado a las aves, le gusta conocer sobre las distintas especies existentes en el Uruguay y por eso, hace poco tiempo, le sugerí que participáramos en un nuevo emprendimiento. El avance es lento pero creo que se irá concretando lo que, en un principio, sólo fue un sueño.
Los invito a ver el blog en formación... Río de los pájaros


lunes, 25 de junio de 2012

Cuento: La rosa

El cuento "La rosa" fue publicado esta semana en La Pluma Afilada. 
Para leerlo has clik en Huellas de Pedro 

*También puedes leerlo en el libro Huellas de mis pensamientos. Lo encuentras siguiendo el link pebuwar.bubok.es


miércoles, 20 de junio de 2012

A veces sueño

      A veces sueño con poder trabajar en algo que me guste, con poder escribir y que eso sea un trabajo. A veces, cuando estoy muy triste porque me preguntan: ¿Qué haces acá? ¿No te aburrís?... Como diciendo no te parece "tonto" tu trabajo. Cuando las palabras se te caen y no puedes sostenerlas, cuando no puedes convencerte de que puedes hacer con tu vida algo más que nada, sueño con que la oportunidad llegue. Y no tener que pedir perdón, cada día, de cada semana, por ser y hacer el triste discurso de un tipo fracasado, sentado tras una ventana que mira pasar los trenes, cuando hace tanto dejaron de pasar, porque los siete tipos que deben mantener las líneas del ferrocarril no dan a basto, o porque no me animé  a subir al último tren que salió ayer, cinco minutos antes de que llegara al andén. 
     A veces sueño y dejo volar mi imaginación, aunque nadie compre o se entere del último cuento que escribí, de la primer novela que publiqué, o de las otros cuentos que van a apareciendo, semana tras semana, en ese sitio de la pluma afilada. 
     A veces sueño, que el esfuerzo servirá para algo, alguna vez; que la satisfacción que siento al mantener una entrevista con alguna persona que te confía esa emoción, esa alegría de haber tirado el doble que lo llevó a salir campeón a su club, sea la justa recompensa para lo que hago. Quizás sea sólo eso la vida, ese secreto entre el entrevistado y yo, ese secreto entre quien lee y quien escribe. 
    A veces sueño, que tú, amigo lector, me escribas una nota diciendo, como alguna vez lo hiciste, que lo que escribí te pareció interesante. 
     A veces sueño, sentado a la orilla de un río, que los peces conversan conmigo, tirando del hilo, mordisqueando la carnada, saltando lejos, como diciendo: " no me atrapas..." Quizás aquél escritor, Ramón Igarzábal,  con sus "Cartas a Nicolás", tenía razón... La lluvia conversa con el vidrio en las ventanas, los pájaros con la arena o el viento: dejando sus huellas, allí en la costa.
                                                                                                                           Pedro Buda 2012


lunes, 18 de junio de 2012

Cuento: La casa de al lado

La ilustración puede verse también en

          Siempre que uno llega a cierto lugar desea, antes que nada, ponerse al tanto de lo que       
          conforma el folklore, el acontecer de los pobladores. Uno pregunta, lee, observa lo que las    
          formas arquitectónicas dicen. Así, uno comienza a recorrer las calles, en busca de datos que 
          nos indiquen: quién vive en los alrededores; qué clase de gente permanece y quién la habitó 
          anteriormente.
Poco a poco, se va conociendo al verdulero, al carnicero, a la mujer que tiene el puesto de flores y a la que regentea la agencia de apuestas de la zona.
El interés por saber dónde estamos parados nos lleva a conversar con la gente más próxima, con la que más sabe de las cosas del barrio o del pueblo. Así nos topamos con el viejo almacenero. Es él quien nos cuenta sobre los antiguos moradores, sobre sus costumbres,  cómo compraban, y  cómo lo hacen hoy, los hijos y nietos. Claro, han aparecido los grandes supermercados, donde el hombre o la mujer van, sin bolsas -las antiguas chismosas desaparecieron- y sin dinero, compran con el plástico -que todo lo resuelve-,  andan con apuro.
Con paciencia -mientras atiende a los otros clientes- nos cuenta este almacenero, sobre los antiguos dueños de viejas casas que sobreviven a los tiempos. Nos dice sobre el año en que se construyó la otrora “casona”,  hoy más o menos que en ruinas, convertida en pensión.
Así, día tras día, nos vamos enterando del desarrollo del barrio, de la vida que ha transcurrido sobre sus calles, dentro y detrás de casas y altos muros, actualmente tapizados por verde azulado musgo y verdes claros helechos.
Hay mucho que se sabe, sin haber visto nunca nada. Pero, por qué negar su existencia. Aunque hay cosas, que hasta a la vecina o vecino, más inmiscuido en los asuntos de todos, se le puede escapar. Así, el caso de cierta finca, que ahora contaré.
La casa, en realidad, es enorme; la superficie del terreno es algo irregular. Pues, si uno ve el frente percibe sólo ocho metros de frente. Uno cree que es una “casa corredor”. Pero la verdad dista mucho de ser como pensamos. Como suele ocurrir, generalmente. Bien, el frente no dice nada, de que la casona posee un amplio terreno detrás; además, tiene otra entrada por la otra calle que corta la que creemos es la entrada principal.
La construcción es vieja, lo denota el tipo de muro -que posee revestimientos muy recargados- y tejas que hoy ya no se usan. Y las puertas,  como las ventanas, son altas y angostas, contienen una gruesa capa de polvo y barro acumulados con los años. Un par de gruesas cadenas aseguran la no-entrada  al lugar. No existe ningún cartel que indique que esté a la venta o que esté clausurada por algún motivo expreso, como suele verse en algunos otros sitios que. por disposición judicial, lucen carteles aclaratorios.
La casualidad es, muchas veces, la encargada de que se produzcan importantes descubrimientos o hallazgos. Una pelota, de niños que jugaban en un jardín lindero, fue a dar al gran patio de la casa en cuestión. En entrar pensaron los niños. ¿Entrar?... se cuestionaron los padres. Pero la pelota era del niño amigo, el que vino a jugar y pasar la tarde; además, era de cuero y una número cinco, con los colores del equipo. Era necesario entrar, no cabía la menor duda.
Tras deliberar un rato, el padre de Andrés, el pelirrojo, se trepó hasta el borde superior del muro. Miró en derredor y no alcanzó a ver la pelota. Los niños quisieron acompañarlo, y así lo hicieron, segundos después. Los tres se internaron en el enorme patio.
El sol marcaba casi el final de la tarde, dejaba caer sus oblicuos rayos y aún acaloraba a los habitantes de las tranquilas calles. Dentro del patio, el silencio era total, casi sepulcral. Los tres caminaron con sigilo, con los ojos abiertos, de par en par. Abrieron  sus sentidos a fin de percibir  cuanto estaba ante ellos.
En el patio había restos de una vida normal, las cosas estaban en su sitio. Sillones, bancos y mesas, plantas, pero cubiertos de polvo y musgo. Daban la sensación de cosas envejecidas. Como quien deja todo en un apuro y se va. Olvidando que quedaron a la intemperie.
La primera sorpresa fue encontrar la argolla del perro y una mancha, como si los restos del mismo se hubiesen podrido en ese mismísimo sitio. Un plato, de latón, delante de la argolla yacía, era lo que oficiaba de maceta, de una silvestre vegetación, que eligió eso como su asiento.
La suposición de que el perro hubiese muerto allí, podría ser o no cierta, pero les pareció que así fue. En tantos años de estar afuera sus restos, pudieron haberse desvanecido -por completo-  los elementos de su esqueleto.
Estos hallazgos y el no dar con la pelota de fútbol, acrecentó la innata curiosidad de los invasores. A esa altura de las circunstancias, algo indicaba que ese conjunto de cosas que veían ante sí, ese todo envejecido, nunca había sido visitado por nadie, antes de ese preciso momento.
Se impuso la duda al fin, proseguir en la búsqueda o retirarse inmediatamente. El tiempo transcurría certero, y la tarde mutaba a noche, lenta pero continuamente.
Como casi siempre, la curiosidad pudo más que la prudencia, entonces, los tres continuaron la búsqueda. A esta altura la investigación iba más allá de buscar  la pelota, era ir tras algo inesperado. Tal vez, había algo más por descubrir.
El adulto se transformó, entonces, en el guía, y los dos niños lo siguieron. Ingresaron al interior de la casa. El mobiliario estaba completo. Había cristales y platos, vasos y cubiertos puestos sobre una mesa. Todo como quien tiende una mesa para almorzar o cenar. Al lado de la mesa, un mueble viejo de buena madera y antiguos cristales, se mantenía erguido. Conservaba lo mejor de sí y de su rico contenido de cristal y plata.
¿Cómo era posible que estuviera aquello así, sin nadie que lo tocase nunca? ¿Por qué los candados y por qué adentro el conjunto estaba como quien ha decidido irse… a ningún lado?
Los niños se tomaron las manos entre sí, y junto al hombre continuaron buscando... Buscando una respuesta, que tal vez no estuviese realmente allí.
Tras mirar el lugar nuevamente, pero desde el interior, notaron que había una abertura en el piso, al costado de la puerta que da al patio. Una tapa de madera, que estaba abierta, era lo que daba la impresión de que eso era la entrada a un sótano.
Un sótano -dijeron los niños. Tal vez la pelota cayó allí –dijo el padre. Había una llave de luz justo encima de la puerta. Por si acaso, el hombre movió la perilla. ¿Casualidad...? Una luz se encendió dentro. Surgió otra pregunta, inmediatamente... ¿cómo podía haber electricidad en aquél lugar abandonado? Tal vez, sólo tal vez -pensó el hombre- ocurrió uno de esos comunes casos de traspapelado. Aunque hoy sea todo computarizado, aún ocurren cosas raras, gracias a la acción del “ser inteligente”. Como dijo el añoso y experimentado Karl una vez: “Hombre es hombre”.
Ingresaron los tres. Primero Osvaldo, el padre de Andrés. Miró en derredor y luego de un largo minuto de silencio, llamó a los chiquilines.
Como un viento, corrieron escalera abajo, los niños. El aire estaba enrarecido. Una atmósfera un tanto lúgubre y misteriosa. De repente, la luz se apagó. Quedaron totalmente a oscuras. Osvaldo tomó la iniciativa y dijo: tranquilos, quédense donde están y dejen que sus ojos se adapten a la oscuridad. Mientras tanto él, tanteando la pared, llegó a la escalera y condujo a los niños hasta allí.
Una vez arriba, los tres permanecieron un tanto mudos e inexpresivos. La pelota de fútbol no pudo ser encontrada, aún. La lámpara, que extrañamente se había encendido, se apagó. La mesa preparada como para tomar un alimento estaba, increíblemente, en un estado impecable. Como si se hubiese preparado para tomar un alimento y a último momento desistieran los comensales, pues había platos para dos.
Fueron hacia el muro -que separa la propiedad de la casa de Andrés- y lo cruzaron. El acto de traspasar tenía en sí mismo cierta magia. Una cosa era estar de un lado y, otra distinta, del otro lado de la pared. Sólo al día siguiente, cuando volvieron en busca del balón y de ese algo más, totalmente inexplicable que los atraía, lograron entender. Toda esa noche corrió vertiginosamente. Osvaldo no pudo conciliar el sueño y tampoco su hijo Andrés. Algo los mantenía en estado de vigilia, pero no atinaban a ver ese presente de noche estrellada,  sino que estuvieron abstraídos en explicar ese pasado que estaba allí, al lado, en la oscuridad.
Al día siguiente, cuando hubo amanecido y lograron desayunar, volvieron a cruzar el muro. Puede decirse que la búsqueda tuvo éxito. Quien busca al fin encuentra, la perseverancia lleva a la obtención de logros. Encontraron la pelota de fútbol. Pero hubo un hallazgo  más importante aún. Tropezaron, insólitamente también, con los antiguos moradores y dueños de la casa de al lado. Ambos estaban en su casa, o mejor dicho, estaban sus restos en el sótano, en sendas cajas de prolija confección casera, hermética y segura. Quién lo diría...                                                                    
                                                                                                   Pedro Buda 98

El cuento "La  casa de al lado" puede leerse también en Huellas de Pedro


*El cuento La casa de al lado es parte del grupo de cuentos reunidos en el libro Huellas de mis pensamientos, posible de encontrarlo en pebuwar.bubok.es

lunes, 11 de junio de 2012

Huellas de Pedro en: La Pluma Afilada



                                                     Huellas de Pedro

A partir de hoy, gracias a la posibilidad que me brinda Antonio Gallardo, quien es un periodista español, gestor del sitio La Pluma Afilada:  www.laplumaafilada.es mis cuentos irán apareciendo en tan importante página.
Tiempo atrás registré  este blog: Huellas de Pedro Buda – El formoseño en dicho sitio. Fue allá por setiembre de 2010, cuando me enteré de la existencia de un directorio de páginas en español, conocido como “Territorio Ñ”. Tiempo después, en abril de 2012 surge un ofrecimiento que rechazo por considerar que no podría cumplir con los requerimientos propuestos. Era una invitación abierta a todo el mundo en la red. Interesante. Sin embargo, en junio de 2012, aparece otra posibilidad, por sugerencia de Antonio, y accedo con mucho gusto.  
Me place informar, entonces,  que publicaré, en dicha página, un cuento semanal, en la sección: Huellas de Pedro







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