martes, 25 de diciembre de 2012

Cuento: Lugar de nacimiento


El sol había empezado temprano a quemar la superficie terrestre. No hay otra manera de describir cuánto calor se sentía esa mañana, en que cruzaba el río de los pájaros pintados. Era temprano, como las 5,30 o 6 de la mañana, más o menos. En plena zona de la represa de Salto Grande no había luz. ¡Increíble! La carretera brillaba como un lago desde temprano. Un gran espejo transitable.
   - ¡Qué calorcito!... le dije a la primera de las cuatro personas ante quienes debía presentarme y mostrar la documentación correspondiente. Todo está en los cartelitos: PASO 1, PASO 2, PASO 3, PASO 4… BUEN VIAJE. Como en un juego de mesa, tiras los dados y avanzas.
   ̶  ¡Ni que lo diga! Inicia enero con las temperaturas más altas registradas hasta el momento y… encima esto… -señaló el funcionario las lámparas y equipos de aire acondicionado que “no funcionaban”. El equipo de emergencia eléctrica –continuó- es solamente para el sistema informático y unas pocas luces.
   ̶   ¿Lugar de nacimiento? –dijo el joven, al tiempo que sacaba una toalla de mano empapada en agua fría. Me miró atentamente porque me demoré en contestarle.
   ̶   Formosa, Argentina.
  - ¿Se olvidó? –preguntó, con un claro dejo de ironía.
  - No… no. Es que… volví a nacer… Hace un tiempo de eso. Al menos eso me dijeron unos amigos.
   ̶  ¿Disculpe? –dijo el tipo, con cara de bonachón que mutaba, rápidamente, a una expresión de: “¡No me tomes el pelo!”. Era una perfecta sumatoria de calor, humedad, cansancio y un tipo chistoso, cuyo resultado era, de momento, incierto.
 ̶  Bueno, bueno le explico –dije. Es que hace unos años, un 24 de diciembre tuve un accidente automovilístico y,  aunque no perdí la conciencia en las primeras horas, luego me hicieron dormir. Me anestesiaron, me intervinieron quirúrgicamente pues, de lo contrario moriría por sangrado interno. Desperté el 31 de diciembre, una semana después y con frio en los pies.
  ̶   Ah… entiendo… -su rostro bajó de rojo sangre a rosado pálido.
  ̶  Eso fue en navidad, en el tiempo que recordamos el nacimiento de Cristo. Cuando usted me preguntó, recordé, no sé porqué, eso que me dijeron mis amigos: “Naciste de nuevo”. Y visualicé también el lugar del accidente; la sala de emergencia; mi casa en todo ese tiempo de convalecencia y el redescubrimiento del mundo circundante y familiar.
  - A veces la gente no cree –continuó hablando el joven mientras verificaba datos en la pantalla y sellaba los papeles que me entregaba- pero Dios está atento y nos da oportunidades de seguir en el juego, en esta vida, en esta experiencia terrestre.
    Ahora era yo el incrédulo, el que miraba a este hombrecillo diciendo esto de “experiencia terrestre”. ¿Era él un enviado, un contactado o un creyente? Su rostro transmitía paz… quizás porque el calor le bajaba la tensión arterial. No lo sé.


    Subí al auto y puse rumbo al norte sin mirar atrás. Pero algo me decía que echara un vistazo. Lo hice. No podía ser. Seguí por varios metros más, más de unos 3 kilómetros, al llegar a la cima de una colina, lomada o como quiera uno llamarlo, la ruta giraba a la izquierda y miré por la ventanilla. La visibilidad era clara. Vi desaparecer… paso 1: las edificaciones cercanas, paso 2: el edificio donde realicé los trámites, paso 3: el mobiliario, paso 4: las personas que atendían… “Buen viaje” -me dije y continué sin hacer preguntas. 


Pedro Buda
24-12-12

martes, 18 de diciembre de 2012

Comentario en publize.com



Sí, costumbrista, histórico y paralizante final. Me gustó

Esto lo expresó en el sitio http://www.publize.com/don-alejandro/ respecto al cuento: “Don Alejandro” publicado en ese sitio.

Sitio Web de José Osvaldo Ferrari: http://cuentosdeperegrino.blogspot.com/

viernes, 7 de diciembre de 2012

cuento: Noche de luna llena


Noche de luna llena
̶Shisss -dijo Don Diego.
̶Bueno, bueno –respondimos nosotros, los buscadores de aventuras en noches de luna llena.
El cielo se fue tornando cada vez más oscuro, los sonidos invadían la escena. Los matices de rojo y amarillo dejaron paso al monótono negro. Sólo unas luciérnagas invadían, en esa espesura, los pastos cortos del parque, del campo -otrora verde claro, con matices de verde inglés y azul verdoso.
Se imponía en el firmamento, poco a poco, con mayor fuerza, sin nada que la detenga, la luna llena. Como una mujer seductora, como una gran dama que sonríe y deslumbra, al tiempo que deja escurrir su daga en tu vientre, la luna, estaba allí, imponente.
Observamos el nido del tero, a la pareja que con reclamos en forma de graznidos, chillidos nerviosos, movimientos amenazantes de sus alas, corridas y picotones, nos decía: “este territorio es nuestro hogar; nuestra prole descansa y no son bienvenidos los curiosos nocturnos”.
Dejamos atrás la noche y nos metimos de lleno sobre las brasas del parrillero, en derredor de la mesa compartimos cuentos de boliche, anécdotas de vidas pasadas, viejos recuerdos que repetimos en noches de luna llena, justo antes de…
Entre cuentos y anécdotas de un tiempo imposible dejamos pasar el tiempo que, sin darnos cuenta, llegó a su justo medio, principio del fin.
Doce de la noche… Noche de luna llena.
Sin premeditación, sin saber cómo, el hombre que en su interior tenía al lobo, se convirtió en el animal de piel rojiza. Aulló… aulló… ante la luna azul, ante la gris y ante la blanca, la misma luna en sus distintas fases, con distintas fauces en noche de luna llena. Blandió el vil metal y lo dejó desaparecer tras la pálida materia del ser… mas nada pasó.
El atacado, sonriente pronunció el hechizo, la conjugación del viejo verbo, la palabra. El signo pronunciado fue… el acto declarativo se escuchó: “te declaro inocuo”
̶Shisss dijo Don Diego…
̶Pata de cabra –se animó a articular Juan. Los otros… ni mu. Calladitos sorbieron hasta la última gota de aire. Se cortó la noche. 
La luna llena llevó sus pasos hasta el amanecer.

Pedro Buda 2012


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