Fotografía y edición de Walter H. Rotela G.
Don
Mario disfrutaba de una helada cerveza. Tenía una docena de latas en la
heladera y tres cajas más en el galponcito del fondo. Miraba la televisión
distraídamente cuando escuchó el titular de la noticia: "Niña muerta por
golpiza propinada por el adulto responsable de su cuidado". Apagó el
televisor y encendió la radio donde pasaban polcas paraguayas.
Marito, como lo llamaban, conocía
perfectamente el tema. Él había sido un criadito en casa de un veterano de la
Guerra del Chaco. Este hombre de oficio albañil, se había asociado con un
emprendedor hombre que conocía el arte de la elaboración de distintas cerámicas,
como tejas o losetas. Varios productos de la tierra roja.
El padre de Marito fue soldado
reservista y actuó durante la guerra a las órdenes del sargento don Tránsito,
el veterano albañil. Cuando supo que su antiguo superior estaba al frente de
una empresa no dudó en visitarlo y pedirle que albergara a uno de sus hijos, en
su casa o en la empresa, para que pudiera ir a la escuela.
El hombre que había quedado pensativo,
ante la noticia de la niña muerta, era el quinto hijo de los nueve que habían engendrado
su padre con su madre; pero sabía que había otros hijos, con otra mujer. Un
motivo por el cual sus padres reñían cuando él era muy chico, un tiempo antes
de que él fuese entregado a las órdenes de don Tránsito, en la fábrica de
cerámicas. La cual no era más que un grupo reducido de casitas y unos galpones,
más los tinglados sin paredes, de palos y tejas, donde depositaban las
cerámicas.
Marito quedó pensativo. Recordó sus
primeros años en la fábrica, durmiendo de mita'i1 en uno de los
galpones, pasando frío muchas veces, y otras, calores impensables con mosquitos
que no paraban ni con cien espirales. En esos tiempos, cuando tenía entre nueve
y diez años, sentía el estar apartado de sus padres. Sin embargo, no era el
único en esa situación. Varios de los que trabajaban con él eran criaditos y
sus padres los habían confiado a don Tránsito, que si bien no era malo, los
ponía a trabajar duro todo el día. Eso sí, cada noche se aparecía y les contaba
anécdotas de la guerra, muchas inventadas. Después de su relato les decía que
ellos tenían suerte de estar allí y no
en medio de un campo de batalla, donde el machete, angaú2, era su
mejor amigo.
Una noche, uno de los mita'i se reveló. Esa
fue la vez que a Marito le quedó claro que nunca debía contradecir al viejo
sargento. Tránsito tomó un palo que estaba a su alcance y lo golpeó, angá3, al criadito gonzalito; con
tanta fuerza y violencia que lo tuvieron que llevar a la casa del enfermero del
barrio. El viejo le gritaba... "Añá Membî, Aña Membî4, mita'i
carapé5". Lo trajo de vuelta, todavía
vendado, una semana después. La golpiza no volvió a repetirse, y por un
largo tiempo, tampoco los relatos del
viejo sargento.
Las polcas seguían sonando pero Marito
no las escuchaba. Su mirada quedó perdida en un punto más allá de la puerta de
entrada a la casa donde vivía ahora, que era el encargado de la fábrica. El
viejo Tránsito había muerto años atrás y el que más conocía el negocio era él.
El veterano, cuando cumplió sus setenta y cinco años, viéndose sin hijos, le
dejó su parte de la fábrica.
Marito sentía un gran dolor, pero no
entendía muy bien porqué. Recordaba vívidamente la golpiza que había sufrido
Gonzalito, y también que, a pesar de ser mayor que el mita'i ese, no hizo nada
por defenderlo. El viejo Tránsito era como un padre, sin serlo. Su palabra era
sagrada, y todos le debían respeto. Lo que se materializaba en esa devoción
diaria al trabajo, en el pedirle su bendición cada mañana, para empezar el día.
La sumisión era parte de su idiosincrasia, algo incuestionable. Pero esa noche,
la imagen fue tan fuerte que le hizo pensar en que, quizás, aquella rebelión de
Gonzalito fue justa. Más cuando pensó en las veces que Gonzalito lo había
salvado del maltrato de otros criaditos que lo llamaban "Marito Pirú6".
Un grito se le escapó cuando pensó
nuevamente en la niña muerta y salió corriendo hasta donde dormitaba el ahora
hombre, Gonzalito. Lo llamó y lo abrazó con fuerza. Después volvió a su rancho
de encargado y tomó el resto de cervezas que estaban en la heladera.
Media hora después de la última lata don
Mario se durmió. El viejo Tránsito se le
apareció en sueños y le habló: "Marito pirú Ñandejára7 te
ilumine... Yo nicó8 viví como che gente9 he-í10.
Y terminé cuelelé11 y medio tabî12..." De un salto se despertó. El silencio, sólo
interrumpido por algún grillo, dominaba la noche. Volvió a dormirse. Una vez
más, el ex sargento se le apareció, vestido con su uniforme de soldado y le dijo
en guaraní: "Guapicha oikutu va'e, oepy va'era13".
Pedro Buda
Walter
H. Rotela G.
Voces en guaraní usadas en este cuento.
1 Mita'i: Niño
2 Angaú: Supuestamente, "como
qué"
3Pobrecito,
4
Aña Membî: Hijo
del diablo
5 Mita'i carapé: niño de baja estatura, petiso
6 Pirú: Flaco
7 Ñandejára: Dios, Nuestro señor
8 Nicó: Ciertamente, efectivamente
9 Che gente: Mi gente
10 He-i: Dice
11 Cuelelé: Viejo, destruido
12 Tabî: Loco
13 Guapicha oikutu va'e, oepy va'era:
"El que
hiere a su semejante debe pagar su culpa"
*Este texto forma parte del libro Criados... En la Tierra Roja
*Este texto forma parte del libro Criados... En la Tierra Roja
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