lunes, 25 de diciembre de 2017

Diciembre 2017

sábado, 23 de diciembre de 2017

Fin de año 2017





Estimados lectores/seguidores:
Por medio de esta entrada deseo hacerles llegar mi agradecimiento por su lectura, por compartir conmigo este espacio, donde cada uno aporta su granito de arena. A este mundo, a este universo lo construimos juntos. En mi tarea como escritor -no sólo del blog sino de cada ficción, de cada trabajo de investigación periodística, de cada proyecto de audio que realizo- busco la complicidad del otro para que ese universo se materialice.
En estos años pasados fue creando archivos sonoros a los que llamo 'audio-libros'. En cada uno de ellos hay una parte que se lee del cuento escrito y, una parte, que se agrega para crear el ambiente sonoro. Pero para armar estos ambientes necesito obtener una gran cantidad de sonidos, y así, como cuando inicié el blog sobre aves "Río de los Pájaros" –aprendí a disfrutar del paisaje, encontrando y observando lo que antes ni siquiera veía- hoy capto y registro sonidos, que antes pasaba por alto. Y eso me lleva, día a día, a ser más consciente del mundo que me rodea.  
Respecto del audio-libro quiero mencionar que pueden escuchar algunos sueltos en mi canal de radio. Un libro completo en versión audio-libro está en fase de armado. Espero terminar antes del otoño de 2018.
Si es la primera vez que visitan este blog, los invito a recorrerlo. Si han estado transitando conmigo algunas huellas, los conmino a ver algunas cosas más, descubrir a otros autores cuyas obras aparecen aquí: Omar Dive Quefau, Ángel W. Farto, Carlos P. Pezzano, Ernesto Cobo García, Davíd Bailón, Enrique Gallud, Rubén Azorín, Guillermo Garrido, Kiko Labiano, Enrique Gallud Jardiel, Rafael Orihuel, Jaime Molina García, Liliana Robles, y si bien se menciona en este blog, la entrevista con Diana Pinedo Ortega aparece en otro de mis blogs; pero los invito  conocer a esta escritora y bloguera mexicana.
Los invito a seguir leyendo. Para ello les propongo mis libros de cuentos: Criados... En la Tierra Roja, Serie Túneles, Siete Cuentos – Del 2007 al 2008, Huellas de mis pensamientos. Y también mi primera novela: Buscando... Las llaves, las rutas. Además, dos trabajos de investigación periodística: Olivol y Mundial un solo club y Coro Esperanza 1985 – 2015 30 años de actuaciones.  
Es tiempo de fiestas de fin de año, de cierres, balances... Todo el mundo corre para al fin llegar al esperado descanso, otros esperan el reencuentro con familiares y amigos, otros conocer nuevos destinos, lugares y gente, ó, quizás, todo eso y más. Entonces, mis mejores deseos para ustedes lectores, seguidores, gente con quien habito este universo, este mismo que nos reúne. Muchas veces soy lector, otras escucha de tanto material que hay en la red. Siempre es un placer.
¡Feliz 2018!            

martes, 21 de noviembre de 2017

Noveno aniversario de Huellas de Pedro Buda - el formoseño

Este 20 de noviembre se cumplió un año más (el noveno) desde que dí mis primeros pasos en el cybermundo con este blog: HUELLAS DE PEDRO BUDA - el formoseño . Luego vino otro y otro y así llegué a estos cinco blogs que hasta la fecha están funcionando: 





Más el canal en Youtube: Formowar

Más los canales en Ivoox: Radio Huellas de Pedro Buda I 
                                          Radio Huellas de Pedro Buda II




Comencé a escribir esta entrada aún siendo 20 de noviembre de 2017, y continúo apenas inicia este 21. Y no quise referirme sólo al aniversario de este blog -no soy de festejar cumpleaños, ni cosas parecidas- pues reúno en este aniversario más de esta labor -por la que no recibo paga- pero que me resulta muy gratificante, que aparece en este blog y también en cada uno de los otros medios. Cada uno fue creado para dar lugar a una forma de expresión o interés, importante en su momento y aún hoy.

En formato libro comparto mis cuentos, investigaciones periodísticas, una novela y un relato de viaje. Para ello la Editorial Bubok me facilita una plataforma desde donde poder compartir los textos en diversos formatos. Incluso, en más de un país aparecen mis libros publicados gracias a la Editorial.

En diversos medios: blogs, sitios literarios vinculados con la cultura, con el arte, aparecen o parecieron publicados algunos de mis cuentos. También me permitieron compartir redes sociales para escritores y lectores.

La red Google+ y otras como Falsaria y más que no nombro porque no quiero cansar con esta entrada que se está haciendo extensa.

Detrás de cada una de estas expresiones, detrás de cada monitor hay un importante número de personas que me permiten compartir mis creaciones, mis cuentos, esto que con tanto gusto hago, esta escritura.  A ellos, a cada uno de ustedes gracias, muchas gracias por permitirme llegar con mi escritura, por permitirme contarles mis cuentos.
Autor inscripto en la Red Mundial de Escritores en Español (REMES) 

Gracias a cada uno de ustedes: Andrea Marín, Mundi Book Ediciones, Tulkas Hammer Paint, Jazmin Iliana, Alejandro Martínez, José David Guanco, Carlos Polonio, Baudelio Salinas, Nereo Ibi Geijo, A. Elías Hinojosa, Diana Pinedo Ortega, Noticias Minuto a Minuto, Juanjo Lamelas, Ana Centellas, Javier Rodríguez, Alejandro Aguilar Bravo, Laurette Garreau, Lucía Brito del Pino, Ricardo Guadalupe, María Isabel Martínez Montoya, A Moliner, rian ScritoradeletraS, M. Arturo Fernández, Alex Vargas, Soledad Suarez, Diego Ospina, Mirta Miguel, Sergio Omar Martínez, Patricia Artígas, Universo La Maga (Javier), Flor Robertson, Diego García, Natalia Cardozo, Fernando García M., Florencia Farias, Julio Iglesias Rodríguez, Typos, Luis Javier Sierra Gorga, Sergio Raga, Gianella Nión Taramasso, Sole Cerdan, Momentos Literarios, David Rubio, José María García López, Danny Loges, Sandra López Desivo, Pablo Daniel Soto, Pedro Pablo Gómez, Sofía Ro-Ro, Trece Gómez Pascual, Alejandro Marcelo Guarino, Liliana Robles, Rodrigo Villalba Rojas, Carlos Echinope Arce, Diseño Web Madrid, El Narratorio Antología Digital, Juan Bosco Castilla, Sergo Sixtos, fun4us.es, Francisco Rodríguez Arana, Lorena Guarnieri, José Manuel Borrallo, María del Socorro Duarte, Antonio Linares, Gregorio García Alcalá, Álvaro Píriz Alcalá, Cynthia Falabrino.

Gracias a Francisco Brotons, que desde su sitio "El café del autor" tanto en su primer sitio hasta el actual (con el mismo nombre) me permite compartir mis huellas.

Gracias a  Diana Pucci que desde Revista Literarte difunde mis cuentos también.

Gracias a las personas que leen y, en algunos casos, comentan también, en tus relatos.com  y a los que lo hacen lo propio en Cortorelatos 




Hay muchas más personas y sitios a quienes quisiera agradecer pues, desde Twitter, Facebook, Falsaria... colaboran para que mis cuentos lleguen a otras más. Y no nombré a quienes desde Google + están siempre alentándome o compartiendo, o con un +.

Gracias a la gente de Escritores.org que me permiten compartir información sobre mis libros.

Gracias a la gente que hace la revista literaria Túnel de Letras, pues me posibilitaron, en más de una oportunidad, difundir mis cuentos.

Gracias, gracias, gracias       





jueves, 2 de noviembre de 2017

El olor de la muerte



Cuando doña Juana llegó el martes para visitar al santito, como de costumbre, me percaté del asunto. Sin embargo, preferí mantenerme alerta y sin decir nada. Podría estar equivocado.
Doña Juana es muy devota del santito. Viene cada mes en la misma fecha y me compra las velas. Tengo el puesto justo en frente a la entrada del templo. Después de jubilarme como enfermero, se me ocurrió esto de la venta de velas. Con el tiempo agregué estampitas, libritos, postales, fotos del templo y de la imagen del santito. Así conocí, en estos años, a mucha gente; incluso demasiada, para mi gusto.
El último martes pasó algo raro, o no tanto; aunque sí particular. Doña Juana vino y compró las siete velas rojas de costumbre. Inmediatamente percibí el olor.
Ella estaba algo agitada, pálida. Si bien se expresó correctamente en forma oral, sentí que sus palabras no las pronunciaba con total fluidez. Parecía faltarle el aire, arrastraba las vocales. Pero ella siguió, como siempre, hacia el templo, aunque con paso titubeante. Se detuvo, más veces que lo habitual, en cada escalón.  
Me quedé pensando. Ella tenía todos los signos de quien está en ese punto sin retorno, en el camino hacia la muerte. El olor que emanaba de su cuerpo era, sin duda, el olor de la muerte.
Al día siguiente me enteré que, ese martes, doña Juana había partido al encuentro del santito. Sus cenizas, sin embargo, quedaron depositadas junto a la imagen de su devoción.
Pedro Buda
2016
                                                                                                                                      Walter H. Rotela


jueves, 14 de septiembre de 2017

Recordando... Un mundo de fuego

Un mundo de fuego en revista literaria Túnel de Letras

En el año 2013 este cuento fue publicado en el primer número de la revista literaria Túnel de Letras, en la pp. 34
Los invito a conocer la revista y leer este y otros cuentos en el mismo medio digital. 



martes, 27 de junio de 2017

El hombre de la cloaca



Una tarde, mientras caminaba por la ciudad, con mi hija pequeña de la mano, vimos a un hombre dentro de una gran fosa.
   El hombre parecía un ser pequeño, un minúsculo grano de arena en medio un enorme médano  informe. Casi imperceptible, en medio del todo. Una pieza visible, sólo gracias a una suerte de gracia celestial, puesto que sobresalía por delante de su rostro, un par de gafas oscuras que no disimulaban su enorme nariz.
   Lo miramos por un inacabable minuto para luego olvidarlo para siempre. Sin embargo, en ese instante fue imposible no verlo, pues cual cucaracha salía de la fosa, de una cloaca. Este es un sistema que recibía las heces y orines de un importante edificio de gentes significativas, que trabajaba en sus prestigiosos puestos del buró central.
   Casi disculpándose por su presencia allí intentó esgrimir alguna frase o saludo, mas no fue así. Simplemente seguimos, casi, sin mirar atrás.
    Mi hija, sin embargo, miró una vez más y dijo - casi balbuceando - ¿quién es él, papi?
     ̶   Soy yo, aunque no te des cuenta, soy yo –contesté, sin querer contestar.
     ̶  No, tú estás aquí. No eres tú.
    ̶  Soy yo, en un momento que aún no llega, pero está ahí, en medio del espacio tiempo, en un cruce del camino, de las huellas del destino…
Walter Rotela
2014

Puedes leer también, en este blog <<Parte de su cerebro>>

miércoles, 14 de junio de 2017

Mis Huellas... Día del escritor

Mis huellas llamo a cada uno de mis cuentos publicados o no. Cada relato, cada novela o cada proyecto inconcluso es parte de mi universo creativo que busco compartir con los lectores. Los cuales van apareciendo por diversos sitios del mundo, pues tengo la suerte de saber que me leen en España, en México, en Argentina y Uruguay, en sitios para escritores y lectores, en comunidades donde nos encontramos a leernos.
   Hoy es 14 de junio y ayer (13 de junio de 2017) se conmemoró el día del escritor en Argentina, por ello hoy deseo sumarme al día, con mis cuentos y libros. Pueden descargar gratis la mayoría de los libros, y claro, en este blog: la lectura es gratuita....
    Los invito también a conocer mis otro blog Universo creativo de Pedro Buda 

Mi sitio en Bubok Argentina 
                             
                                              Mi sitio en Bubok España
                                        
                                                 

                                                     Mi sitio en Bubok México


                                                              Mi sitio en Bubok Colombia


                                      


viernes, 9 de junio de 2017

Reflexión

En la misma gorra




Estimada gente que es parte de esta comunidad: ¿qué les parece a ustedes que cada vez que entran a un shopping con una gorra puesta, debido al frío reinante en estos días, la gente de seguridad los invite a sacarse la gorra? Porque... tener una gorra puesta parece decir que somos "delincuentes", o al menos, propenso a serlos, o sino, probable de tener elementos para ser considerados como tales. Yo entiendo que: la gorra cubre cierta parte de nuestro rostro o de "la cabeza", y ello hace difícil el reconocimiento; pero de ahí, a qué todos seamos pasibles de ser delincuentes... Creo que hay un salto cuantitativo y cualitativo interesante a analizar.

No sé sí cuando ven entrar a figuras como al ex presidente, don Julio María Sanguinetti, u otros personalidades públicas los invitan a sacarse las gorras. Quizás, ellos, conscientes de las normas sean respetuosas de las mismas. También me considero respetuoso de las mismas; pero, ciertamente, me indigna que por el sólo hecho de usar una gorra, los agentes del orden privado o público, me consideren un delincuente; porque esa es la conclusión a la que llego: "El que usa una gorra es pasible de ser considerado un delincuente".

Así también me planteo si el señor panadero que sale con su gorra a comprarse un té para descansar en su turno de descanso le invitan a sacarse el gorro, o al carnicero, o al policía, o al bombero. Pues no faltó el caso policial donde los delincuentes vinieron disfrazados de "Policías", bueno ni hablar de aquellos que no se disfrazaron y son políticos corruptos y nos engañan con malversaciones y visten de elegantes trajes... Sin alusión a nadie, pero los informativos e investigaciones judiciales, nos invitan a conocer la realidad, queramos o no verlas.

En fin, la lista es larga... Pero parece que adolecemos de problemas en el uso de los estereotipos y tenemos miedo, entonces, de los tipos que usan gorra. Yo uso gorra, porque tengo frío en la cabeza, y con ello evito, a mis 49 años, de tomar frío.

Soy respetuoso de las normas; pero no deja de fastidiarme esta norma que mete a todo el mundo en la misma gorra.

Y hoy en el shopping, pregunté a otras personas si esa situación les molestaba y me comentaron que sí. Y decidieron no quitarse las gorras. Uno de ellos un señor de unos setenta años.

Yo me pregunto: ¿Somos libres?

lunes, 15 de mayo de 2017

El portal bajo el puente

Audiolibro 


El portal bajo el puente audio - CC by - Walter Hugo Rotela González










Recuerdo, perfectamente, cómo llamó mi atención una portera que vi, una mañana que recorría un camino en mal estado. Era una ruta provincial que, por cierto, necesitaba ser reparada. De hecho, unos 150 kilómetros al norte de la zona, estaban repavimentando, a un ritmo muy lento.
Aquella vista fue impactante, por ello disminuí la velocidad y regresé sobre lo andado, hasta parar a pocos metros de la entrada. Al costado del camino corre, en paralelo, la vía del tren. En un sector se eleva siguiendo la roca oscura y, debajo, se forma una suerte de cueva, que no es tal. No lo es porque, si bien hay una entrada, del otro lado se ve un extenso campo. Es más bien como un túnel corto.
Saqué mi máquina de fotos y registré aquella entrada. Como estaba en una curva, no quise detenerme demasiado tiempo, pues bien podría venir un camión y no tendría espacio y tiempo para evadirme. Estaba en parte sobre la calzada pues la banquina era escasa y se continuaba con un barranco poco profundo. De la ruta salía un sendero hacia esa entrada, pero parecía muy poco usado. La portera tenía una larga cadena y un oxidado candado muy antiguo.
Continué la marcha y conversé largo rato con mi acompañante en esa instancia sobre a dónde conduciría dicha entrada. Era un lugar inapropiado para tener un acceso a un campo, pues un camión no podría entrar, la visibilidad es mala desde el camino, por lo sinuoso de la zona.
Un tiempo después volví a pasar por el lugar y busqué, denodadamente, aquella entrada, aquél puente. Lo más parecido era una franja elevada por donde cruzaba la vía del ferrocarril, pero no había un túnel o entrada debajo. Las fotos no pude revelarlas sino hasta que pasó medio año casi, cuando lo hice. Cuando al fin tuve ante mí las fotos no era lo que yo había visto, o lo que recordaba. Me sentí muy frustrado ante aquella evidencia.
Por razones laborales, un par de años después, tuve que pasar por el mismo lugar. Me dirigía hacia unos campos al norte de aquella región y el camino seguía en construcción, aunque el tiempo transcurrido era importante. Supuse que la obra vial de la región atravesaba las mismas condiciones que otras del país.
Andaba muy atento y estaba acompañado por una persona que encontré haciendo dedo en una rotonda, en la entrada a un pueblo. Se dirigía, como yo, hacia el norte del país, por lo que le ofrecí llevarlo. Había perdido el ómnibus por media hora y no quería quedar varado en esa zona. Él era un arquitecto que en sus ratos libres gustaba adquirir conocimientos sobre fenómenos extraños, entre los que incluía el avistamiento de ovnis. La conversación fue derivando hacia esos temas, pues el hombre era un apasionado, con amplio conocimiento, a juzgar por su atinada plática, llena de datos concretos, referencias accesibles y precisión de la información. Lo sé porque en mi profesión –soy ingeniero- la precisión es indispensable. De hecho iba hacia el norte para ver un proyecto vinculado al aprovechamiento del agua en una zona donde eso es vital.
Estaba anocheciendo y el sol se perdía por el oeste muy rápidamente. La noche tomó por completo la ruta y la visibilidad era escasa, aunque se veían las estrellas en ciertas zonas. Nubes gruesas se extendían por doquier.
De repente vi la entrada. La curva estaba cerca, como aquella vez y tuve que andar un tramo para dar vuelta y acercarme por el otro lado de la ruta.
Recorrimos un buen tramo y no vimos nada. Seguimos unos 5 o 10 kilómetros y dimos la vuelta nuevamente. Y en un punto vimos la entrada. Un campo estrellado, totalmente luminoso se abría detrás de una abertura a un costado del camino. La curva, apenas estaba señalada por unas bandas que brillaban con las luces del coche. Me obstiné y paré, en seco, el auto. Desde esa posición se veía la entrada. Tomé la cámara y nos acercamos. Registré un buen número de fotos, ajusté la velocidad y la sensibilidad y disparé un número considerable de veces. Avanzamos a pié en la dirección que íbamos y fuimos perdiendo de vista la entrada. Al regresar sobre nuestros pasos volvíamos a ver la entrada.
̶ ¡No lo entiendo, no lo entiendo! –dije casi gritando.
̶ De esto es que te hablaba algunos kilómetros atrás –comentó, calmadamente, mi interlocutor. Muchas cosas, como ésta, no son fáciles de ver, menos de aceptar. Pero existen.
Pedro Buda

Walter Hugo Rotela González






domingo, 30 de abril de 2017

El hombre del monte

En la tercera visita a la zona de la laguna Rodríguez tuve la oportunidad de conocer a una cuadrilla de obreros de las vías férreas. Estos hombres recorren varios kilómetros del sistema reparándolas. Sus pieles están curtidas por el trabajo a la intemperie. A veces cambian porciones de rieles, tramos cortos que están en mal estado. Otras veces reponen los durmientes viejos, que se están quebrando y pueden poner en riesgo la circulación.
En uno de los extremos  de la laguna Rodríguez hay un hermoso puente de acero y cemento armado revestido con piedras. Los pilares son de hormigón, en tanto, el puente en sí es de acero, chapones gruesos, bulones y remaches grandes y los durmientes de madera dura, noble, como la del quebracho colorado. Estaba siendo reparado y don Sebastián Cano, dueño de algunos de los campos de la zona convidó con un cordero a los trabajadores, en su segundo día de labor en la zona del puente.
Dos de los obreros de la cuadrilla que viajaban en una zorra con motor habían hecho el relevamiento de lo que se precisaba, en el transcurso de los últimos meses. Ellos le comentaron al capataz de lo avistado en uno de las incursiones por el tramo cercano al puente: "Andaba un hombre raro por los alrededores. Lo extraño era que parecía estar cubierto por abundante pelaje, sea que llevase encima algún cuero de vaca o que él mismo estuviese cubierto por abundante pelo..." Esta era la declaración hecha por los trabajadores en una suerte de bitácora que llevan adelante en su recorrido. En la misma anotan tanto el material que se precisa, como el estado de lo que deben reparar, llevan una máquina de fotos con la cual ilustran el texto que van elaborando.



Salí con mi cámara a registrar el hermoso paisaje que en parte conocía, pero que parecía cambiar con cada estación en que la fuimos visitando, con los amigos de la pesca y caza. El atardecer fue un momento increíble. Fui hasta el puente donde los obreros terminaban de reemplazar algunos durmientes y un sector de riel. Ellos me contaron sobre las zonas donde habían visto al "hombre" que corría medio erguido, medio encorvado entre arbustos del monte y más allá, sobre la pradera.  Ellos se referían al ser extraño como "bicho" y otras como  "hombre". Aseguraban que lo habían visto recientemente y más de cerca, no tanto, pero sí para distinguir que se semejaba más a un ser humano. "Anda parado, es un bicho raro. Parece un hombre porque lo vimos de pie, pero su abundante pelo no coincide con un hombre común. Lo vimos perderse entre los arbustos, caminaba veloz y por momentos como agachado, rengueando..."−comentaron los obreros.      
  El atardecer estaba increíble. El sol se ponía tras la colina. Hice foco sobre la parte alta de la colina más cercana. Me pareció una imagen increíblemente bella. Anaranjados, rojizos tonos que se mezclan con la negrura de los arbustos y sus ramas. Sin embargo, la imagen fue doblemente increíble, cuando la vi en la pantalla de mi notebook días después. Había capturado la imagen del ser al que se referían los obreros. Era una persona, un tipo erguido. Y no un paisano del lugar. No, se veía una figura negra, como los arbustos, una silueta distinta de los árboles; pero que no pude distinguir en la pantalla de la cámara de foto y video. Hice varias tomas de la puesta de sol y esa figura oscura se movió en esos instantes. No era un árbol con sus ramas, era algún tipo de animal erguido y cuando vi las fotos en la computadora conocía el secreto que encerraban. Pero no me adelantaré, amigo lector.

Al día siguiente que registré las fotos nos visitó don Sebastián Cano. Lucía un tanto perturbado, se frotaba el bigote reiteradamente. Dio algunos rodeos hasta que por fin desembuchó: "Anoche alguien mató dos ovejas del puesto de arriba. Son unos vecinos amables y están indignados. Les mataron los bichos y sólo se llevaron el cuarto trasero de uno y dos cuartos delanteros del otro animal..." –aclaró, en un tono angustiado y hasta amenazante por momentos.
     ̶ Pero... ¿ Y quién pudo ser? –le dije, con la voz más firme que pude lograr. El hombre parecía enfurecerse a medida que relataba lo acontecido. Los obreros habían partido la noche anterior, rato después que yo había hablado con ellos. Don Sebastián los había convidado con un asado de cordero como recompensa por la labor, pues también él usa el ferrocarril para llevar parte de su ganado. La noche en cuestión estaba tranquila, fresca. Cuando llegaron don Sebastián en compañía del peón no hicieron ruido alguno, sino hasta que estuvieron demasiado cerca. Después, sólo después, se me ocurrió que quizás buscaban atraparnos con las manos en la masa, pero no fue así. Habían tenido mala experiencia con otros acampantes y estaban algo desilusionados. En el fuego hervía la olla con la buseca cocinándose a fuego lento. Era el producto del trabajo de Gustavo, Chino y Eduardo pues cada uno había hecho algo para lograr que la olla estuviese llena.  El aroma inundaba todo el monte. Después de un rato de charla la tensión bajó y ellos se despidieron. Antes compartieron un trago de wiski.  Era de mañana y ellos aceptaron participar de unas partidas de truco en la noche.
̶ Vendré acompañado con don Rubito y algún peón para hacer un pequeño campeonato de truco –dijo, con un tono mucho más amable que el usado cuando llegó.
De tardecita, vino el peón que conocíamos y trajo un cuarto de venado que ellos habían cazado días antes en los campos de don Rubito. Era para compartir durante la noche.   Gustavo y el Chino se encargaron de prepararlo.
Sobre las diez treinta de la noche, un poco más o menos, don Sebastián, don Rubito y el peón se acercaron al campamento a orillas de la laguna. Sobre la parrilla se cocía, a fuego muy lento, el trozo de venado, dos colitas de cuadril, en tanto en una olla de hierro cuadrada se cocinaban dos calabacines que se rellenaron con queso, cuatro boniatos y un kilo de papas blancas con cáscara. El aroma llenaba todo el lugar y se extendía más allá de la laguna. Se había terminado la bebida sobre el medio día, por lo que Omar y Gustavo fueron al pueblo a conseguir más provisiones. Trajeron suficiente como para un regimiento sediento.
Don Sebastián, apenas llegó aclaró que traía un rifle con un dardo provisto de un poderoso sedante. Lo hizo ante nuestra mirada un tanto incrédula. Comentó que tenía la firme intención de cazar al bicho del monte ese, fuese lo que fuese. Un par de semanas atrás había consultado con un amigo veterinario y éste le había conseguido dardos y rifle. Todos los chacareros de la zona estaban en sobre aviso. El arma en sí no llamaba la atención, aunque sí los dardos. Nos pareció increíble la idea de querer cazar, capturar con vida al bicho; sin embargo, como me habían relatado los obreros, era el bicho muy parecido a una persona normal, aunque peludo. Yo había compartido lo que me relataron a mis compañeros de campamento.
Las carnes chillaban sobre la parrilla. Los calabacines y la bebida comenzaron a correr enseguida. Se sucedieron anécdotas y cuentos de todo tipo y color. Historias de pescadores y cazadores. Fue muy divertido escuchar y darse cuenta de quién exageraba más sobre el animal o pescado capturado. Incluso uno, el Hugo, recordó que tenía grabado un relato de un tipo que dijo conocía a unos viejos polis que habían cazado aborígenes a orillas de un río al norte del país vecino. Recuerdo que el relato llevaba por título "cacería en enero". Y lo tenía grabado en el celular y nos hizo escuchar.  
Como un par de horas después de empezar los partidos de truco y comida vimos como, sigilosamente, el peón, "Orosindo", se acomodaba sigilosamente detrás de don Sebastián. Pensamos que había enloquecido. Sin embargo, nadie dijo mucho. Bueno, los rostros eran muy expresivos, al menos los nuestros, los acampantes. Don Sebastián con un gesto nos convocó a seguir como si nada pasase. Y sin entender mucho, le seguimos el juego. Después supimos que Orosindo había visto moverse el follaje en la orilla de enfrente y podría ser la presa de caza. Esperó en su posición casi media hora, mientras el juego continuó, así como la bebida.
Cuando don Rubito cantó un "truco" se escuchó un disparo al unísono y fue certero. La mira telescópica de visión nocturna que tenía adosado el rifle lo permitió. El bote inflable que esta vez funcionaba, pues se lo había mandado reparar, tras no poder usarse la primera vez que fuimos a la laguna, permitió que linterna en mano, don Sebastián, Eduardo y el peón cruzaran al otro lado. Veinte, eternos,  minutos después colocaban el cuerpo del hombre del monte sobre el bote para cruzarlo.
El hombre era un tipo bajo, con abundante bello, casi como un simio, pero no tanto realmente. Llevaba un cuero de vaca cruzado a la espalda y un pantalón vaquero muy gastado y sucio. Durmió como dos horas. Tras despertar descubrimos que no hablaba, en realidad era casi como un gruñido fuerte lo que emitía. Pero se le caían los párpados producto de los efectos del tranquilizante que poseía el dardo. De a rato parecía balbucear algo. Lucía un buen estado físico.
La partida de truco no siguió. Sí corrieron más bebidas y carnes asadas. En poco rato se hicieron más de un centenar de fotografías. Se lo cubrió al hombre con una manta y se lo inmovilizó con cuerdas, aunque se evitó producirles alguna lastimadura. Don Sebastián dio parte a la policía. Ellos traerían un médico para examinar al masculino, en la mañana. No llegarían antes de las diez u once la mañana.
Tras este caso, ninguna historia de cacería o pesquería quedaba grande. Esta era "la historia", la más fantástica y, sin embargo, verdadera que todos tendríamos para contar de ahí en más. Sería la anécdota de cuando hallamos al hombre del monte. Las fotografías no nos permitirían olvidar... ni exagerar.
Pedro Buda
Walter H. Rotela G.
2017   

martes, 25 de abril de 2017

El bicho del monte ataca otra vez

Registro y edición de imagen Walter Rotela 

Era la segunda vez que acampábamos en el monte a orillas del Rodríguez. Nos sentíamos cómodos y a la vez gratamente sorprendidos por la tranquilidad del lugar. Se escuchaba el sonido de las hojas moviéndose en los arbustos. Sobre la superficie de la laguna se formaba, a esa hora temprana de la mañana, suaves ondulaciones que rompían en la orilla. Una combinación que adormece los sentidos. 
Juntamos leña, ramas caídas de los alrededores y empezamos a armar la fogata que no se apagaría hasta el fin del campamento. El agua para el mate salió en poco tiempo. Tras eso calentamos el aceite para freír las tortas fritas. El olor se extendía por dentro del espeso manto verde que se extiende a todo lo largo de la orilla.
Uno de los peones de campo se acercó a caballo. Arriaba cabezas de ganado cuando sintió la fritura. Lo convidamos y quedó encantado.  Él devolvió la gentileza compartiendo una botella de anís que traía colgada en la montura. El trago fue bienvenido. Entre mate y mate lo consultamos por unas huellas que volvimos a ver a orillas de la laguna. Le contamos que las habíamos visto en la visita anterior y que nos llamó la atención. Le explicamos que si bien la habíamos observado con atención no pudimos determinar de qué animal eran las huellas.
̶ Lamento... Lamento pero no sé, tampoco, de qué son. Nosotros también las vimos y aunque creíamos que pertenecían a un jabalí... No corresponden –dijo el paisano.
̶ Nos contaron que mató a un perro, al blanquito ¿no? –le dijo el chino, que disfrutaba de los perros y, en esta oportunidad, había traído uno de los suyos para salir a cazar.
̶ Sí, es cierto. Le destrozó la cabeza –confirmó el peón. Su mirada se perdió en la otra orilla. Quedó muy quieto sorbiendo un amargo. Se encogió de hombros por un rato que pareció interminable. El sol comenzaba a asomarse por encima de la colina del este. Se acomodó el sobrero y avisó que quedaba a las órdenes. Nos pareció una despedida abrupta; pero pensamos que este gaucho moderno ,que anda con su celular encima,  tiene sus cosas y así hay que respetarlo.
Cuando el peón montó se volvió hacia mí –que lo había acompañado hacia el borde del monte donde dejó pastando a su caballo– y en voz baja me dijo: "Tenga los ojos abiertos. Pa' mi que el bicho ese... Anda suelto. No sé por qué; pero por si las moscas..."
− Bien... estaremos atentos  −le prometí llamarlo ante cualquier eventualidad. Lo vi alejarse lentamente, mientras prendía su tabaco armado minutos antes cerca del fogón, mientras amargueaba.
Al regresar al campamento los amigos estaban en silencio y mirando hacia la otra orilla. Uno de ellos tomó la cámara de fotos e hizo un par de disparos. Al verme llegar se acercó y me mostró la última foto. Me sorprendió.
Para este campamento nos organizamos mejor que para la vez anterior. Éramos los mismos seis y eso era bueno. Dos irían a cazar mulitas con el perro; dos cocinamos el cordero recién carneado en la madrugada, cuando llegamos al puesto de doña Rica. Los otros dos pescarían.
Eduardo y yo nos dividimos tareas. Él fue a buscar más leña y yo preparé la carne. Armé los fierros para encajar el cordero que lo haríamos a la estaca. Arrimé más leña y distribuí brazas. A mi costado se calentaba agua. La olla con la grasa se enfriaba más allá. Los que pescaban estaban absortos en lo suyo. Uno de ellos, sin embargo, oteaba en dirección a la otra orilla. No decía nada; pero estaba atento, o mejor serpa decir, lucía preocupado. Resté importancia al asunto. Quizás aún estaban con sueño. En realidad no habíamos dormido esa noche, pues estuvimos viajando toda la noche para llegar a la laguna.
Eduardo volvió con ramas y con una sonrisa extraña. Le pregunté qué pasaba.
̶ ¡No vas a creer! –me dijo. Seguía sonriendo pero con una sonrisa involuntaria.
̶  ¿Qué... no voy a creer? –le respondí, mientras me servía un mate y me acomodaba en la silla plegable.
̶ Escuchá... –me dijo, al tiempo que reproducía una grabación hecha con su celular.
̶ ¡Y eso! Es como un gruñido... –exclamé al escuchar; pero que también fue oído por los pescadores. Los que se acercaron. Eduardo volvió reproducir el audio.
̶ No estamos solos... –dijo Gustavo, al tiempo que agregó: "Me pareció ver algo del otro lado".
Recordé la imagen capturada por la máquina un rato antes.
̶ ¡Sos un cagón! – le gritó "Chuleta" -el hijo- que siguió pescando.  Tras decir eso sintió un tirón en la tanza y dio un manotazo firme, recogió y tiró con fuerza al pescado fuera, hacia atrás, al pasto. Le brillaban los ojos de alegría. Todos soltamos al unísono una estruendosa carcajada. Como la zona está rodeada por el monte y como en un bajo eso pareció retumbar. Como un eco se oyó. El chiquilín bailaba de alegría alrededor de la fogata. Era el único que hasta ahora había pescado algo. Volvió a encarnar el anzuelo, y ató a una rama la tanza, para ir en busca de una taza de leche chocolatada, caliente. Había leche en polvo y chocolate sólo para él, el resto preferíamos un mate amargo. Tomó un par de tortas fritas que aún se escurrían en la parrilla. En eso se escuchó un ruido. Nadie dijo nada. Intentamos oír con atención. Sólo el viento movía las hojas y nada raro volvió a oírse el resto del día.
Cuando promediaba la media noche aún andábamos en vueltas. Corría el vino tinto, algo de wiski y las historias de zombis. En eso escuchamos ramas que se movían, en la dirección donde estaban estacionados los vehículos, en una de las entrada al monte desde la pradera. Todos atinamos a mirar en esa dirección por unos interminables segundos, hasta que por entre el ramaje se apersonó don Rubito y el peón que nos había visitado en la mañana. Sonrieron al vernos.
̶ ¡Qué les pasa! –dijo don Rubito. ¿Se pasaron de copas?− prosiguió con voz baja, en tono de broma, pero simulando seriedad.
̶ Parece que vieron al mismísimo diablo... –comentó el peón. Éste, según noté y sin embargo no dije nada, llevaba un crucifijo sobre el pecho y una cinta roja en la muñeca.  Eran claros indicios que era hombre de creencias semejantes a otros hombres de campo de otras regiones.
Eduardo, casi entre risas, comentó sobre el extraño sonido que había escuchado y grabado en la mañana. Lo reprodujo, ahí sin más, y todos lo oímos atentos.
̶ Parece de un grato grande –acertó a decir el chuleta, mientras miraba al padre con una sonrisa burlona.
̶ Es otra cosa y... No sé qué es... –aclaró don Rubito, que pidió reproducir otra vez la grabación, con un tono más serio y menos de broma como al principio.
Al terminar de escuchar la grabación, don Rubito, declaró: "Jamás escuché un gruñido semejante. Porque parece eso, un gruñido".
̶ ¿Y cuando mataron al perro ese, el blanquito, no escucharon algo similar? –quise saber.
̶ No... Tampoco –contestó secamente don Rubito. Y cuestionó, mientras penetraba con la mirada a cada uno, como intentando saber si no era eso una broma que le estábamos jugando: ¿Dónde grabó eso, Eduardo? 
Cuando Eduardo iba a señalar la zona... Se escuchó el mismo sonido, semejante a un gruñido. Sonó lejos, como del otro lado de la laguna, hacia el unte ferroviario.
El silencio fue lo que siguió en la atmósfera del campamento. Sólo el crepitar de la leña se oía ahora. Ni una brisa soplaba. Los recién llegados aceptaron un trago de vino que acompañaron con cordero asado. De una bolsa, el peón, sacó un par de chorizos secos y una horma de queso que elaboran en el puesto de Ramonita, una chacra pegada a la de doña Rica. Todo indicaba que esa noche nadie dormiría. Más aún cuando se propuso jugar unas partidas de truco. Las que siguieron entrada la noche. Alguno que estaba cansado desistió de seguir y se tiró a dormir al costado del fuego.
Sobre las cinco de la mañana, don Rubito que había quedado dormido en una silla se despertó abruptamente. Fue así porque se escuchó el ladrido desesperado del perro del chino. El cual estaba atado para que no le tentara el cordero asado que aún estaba sobre la parrilla, pero con las brazas apartadas.
Finalmente, todos despertaron, es decir, salieron de la somnolencia, puesto que más de uno no quiso aflojar, pero el sueño los había vencido. Sin embargo, el perro no paraba de ladrar y todo el mundo se puso en pie.
Un trozo enorme de carne faltaba en la parrilla. Fue Eduardo el que se percató primero. Miró al perro que seguía atado y ladrando. Atiné a arrimar leña a lo que quedaba de las brazas y vi una huellas.
̶ Vieron estas... –dije, señalando las huellas a un costado de la parrilla. Eran las mismas que habíamos visto anteriormente; sin embargo, estaban justo ahí, en medio del campamento. El perro seguía ladrando. El Chino lo soltó y buscó su ballesta. Eduardo fue al coche a tantear su arma. Se la calzó en la sobaquera. Un calibre 38, caño largo que guardaba en la guantera.
El peón y don Rubito sacaron armas blancas que traían enfundadas al cinto. Quedó claro que era el bicho y que el perro lo estaba oliendo o escuchando. Todos, linternas en mano, encararon hacia el monte, por el oeste. Sin embargo, don Rubito, conocedor del lugar, aclaró que era mejor salir del monte y buscar entrar por los otros lugares. La vegetación se volvía espesa en sectores y no permitía avanzar. Menos aún, en medio de la noche. En tanto se daban todos estos movimientos, el chuleta, seguía dormido dentro de la carpa.      
Al bicho del monte, cuyas huellas estaban marcadas a un costado de la fogata, nadie pudo seguirlo realmente. Todo rastro o signo de su presencia se perdía conforme avanzamos. También se extravió al perro, que dejó de ladrar o que dejamos de escuchar.
A eso de las ocho de la mañana, quizás un poco más, se despertó el chueta. Fue  revisar sus tanzas que seguían en el agua y alzó la vista hacia la orilla del frente.
̶ Miren... –gritó. El perro del Chino. En ese caminito de enfrente, bajo las ramas. Está mirando para acá...
El perro estaba sano y a salvo. El Chino lo contempló por un rato y se emocionó. Su perro, el sabueso "Pirata" le movía la cola.
De no sé dónde algo atacó al Pirata y lo perdimos de vista. Apenas un ladrido. No más. No se oyó nada más. Todo pasó muy rápido.
El Chino saltó a la laguna para ir tras su perro. Se calzó la bolsita de las flechas al hombro y la ballesta en su mano derecha. Cruzó en tres brazadas la laguna, que no es muy ancha, sino más bien alargada. Nosotros entre que lo mirábamos y aprontábamos unos mates armamos algunas cosas del campamento, para que estuviera más prolijo.
Estaba aún húmedo el suelo, el sol subía con rapidez.
̶ No pude verlo... No pude verlo... –repetía el Chino en la otra orilla mientras se acercaba ante nuestra vista. Le tiré dos flechas... Pero nada. El perro fue un campeón –gritó él. Traía en los brazos al fiel can que estaba hecho una piltrafa. Ésta había sido su última salida.
Sepultamos al perro en medio del monte, en una zona alejada del campamento, y a la cual, por esas cosas de la vida se colaban la luz, en forma de finos haces. Vimos al Chino cerrar la fosa y saludar a su compañero caído. Como despedida todos, incluso el Chueta, bebimos un trago de wiski. Después continuamos con mate y galletas secas como desayuno.
Era el día que saldríamos todos a buscar algunas mulitas; pero optamos por otra presa. El bicho del monte estaba en alguna parte, y, nosotros estaríamos tras él.
Pedro Buda

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